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La Aventura comenzó por lo más antiguo, en lo que se conoce popularmente como Yecla la Vieja. Allí, acompañados por la banda sonora de Indiana Jones nos lanzamos hacia lo desconocido…
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Y nos encontramos con un castro vetón de hace 2.500 años, situado en un promontorio y resguardado por un río. Con unas murallas sorprendentemente bien conservadas y restos de tumbas en su parte exterior.
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Casi como en un juego de batallas, el sector masculino del grupo se aproximó a la muralla con intención de asaltarla. Fue en vano, un ingenioso sistema defensivo conocido como “piedras hincadas”, impidió a la valerosa tropa cumplir su misión.
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De modo que siguieron al sector femenino, mucho más inteligente, que se había aproximado a la ciudadela por el camino que llevaba a su entrada principal.
Una puerta monumental, que debió tener un aspecto aún más impresionante en la antigüedad, nos daba la bienvenida.
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Ya en el interior del castro aparecían ante nuestros ojos restos de viviendas y de recintos para guardar el ganado, auténtico tesoro para nuestros antepasados vetones.
Francisco Dorado, orgulloso charro y al que debemos la iniciativa de este viaje, nos señalaba restos de estelas vetonas que habían sido reutilizadas en muros medievales.
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De hecho, una de las partes más divertidas de la visita fue buscar en la muralla los denominados petroglifos.
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Grabados rupestres realizados en las piedras y que nos muestran caballos, ciervos, cabras… Su significado es aún un misterio.
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Convencidos del alto nivel cultural y tecnológico que debieron tener estos pueblos prerromanos para construir tales poblados amurallados, abandonamos el lugar para dirigirnos a Yecla de Yeltes.
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Allí nos esperaba su bonita Plaza Mayor, a la que se asomaban el ayuntamiento y la iglesia parroquial.
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Pero nuestro destino era otro: el Museo del Castro de Yecla la Vieja, donde pudimos admirar parte de los restos arqueológicos encontrados en el castro vetón que habíamos visitado. Objetos de cerámica, estelas con símbolos celtas…
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...mosaicos de época romana, una maqueta que nos ayudó a conocer el itinerario que habíamos seguido en nuestra visita, las misteriosas cabezas humanas encontradas formando parte de la muralla y… ¡un extraordinario ejemplar de verraco!. Probablemente el mejor conservado de toda la península ibérica (permaneció enterrado durante siglos). Tan bien estaba tallado que se distinguían muy bien sus colmillos, su crin, sus genitales… No había lugar para la duda, estábamos ante una hembra de jabalí.
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La comida de grupo de ese día la realizamos en San Felices de los Gallegos, pueblo también muy importante en la Ruta de las Fortificaciones de Frontera que estábamos realizando. Almorzamos platos típicos de la zona: patatas meneadas con torreznos, carne estofada de ternera morucha (raza autóctona).
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Tras la visita gastronómica tocaba la visita turística. Daniel, guía oficial de San Felices, nos enseñó los monumentos principales: Plaza Mayor, Ayuntamiento, Iglesia Parroquial, Torre de las Campanas...
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...puerta de entrada al castillo.
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El recinto amurallado del castillo medieval nos sorprendió por su gran extensión.
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Pero más aún lo hizo la impresionante Torre del Homenaje.
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De vuelta al autobús nos despedimos del llamado “Burro de San Antón”, un verraco de época vetona muy desgastado por permanecer siglos a la intemperie.
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El lugar elegido para alojarnos y pasar la noche fue el Hotel-Balneario de Retortillo. Situado en un paraje espectacular.
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Un sitio conocido por los antiguos romanos, como testimonia un ara votiva en la que un enfermo agradecía su curación a las aguas milagrosas del Yeltes. Tras un bello paseo por los alrededores y descubrir el lugar exacto desde donde coge el balneario las aguas termales, tocaba hacer “arqueología experimental”.
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O dicho de otro modo, probar esas aguas tan famosas y tan beneficiosas para la salud.
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Los grandes ventanales y el paisaje que se veía tras ellos ayudaban a ese momento de disfrute y relajación que sin duda nos habíamos ganado.
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El atardecer desde las terrazas de nuestras habitaciones fue “de cuadro”.
¿Y la noche? La noche era especial para los madridistas. El Real Madrid jugaba la final de la Champions League. Así que mientras unos les veían levantar la 14º Copa de Europa, otros, los más fiesteros, lo daban todo en la sala de baile.
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Al día siguiente, no había muchas ganas de abandonar tan lindo lugar, tan apartado de la civilización humana que hasta era fácil ver a unos jabalíes salvajes acercándose a beber al río.
Pero nos esperaba cruzar la frontera, pisar otro país, Portugal, y seguir aprendiendo cosas en el autobús sobre barbacanas, matacanes, troneras…
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Almeida, la ciudad-fortaleza con forma de estrella que causa admiración en su vista aérea. Nos dispusimos, banderín en mano, a tomarla. Pero tras cruzar la serpenteante puerta…
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Una bella ciudad ajardinada nos daba la bienvenida. No era el momento de ablandarse...
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Así que nos pusimos a realizar el paseo de ronda, cual centinelas, y a tomar los cañones que apuntaban fuera de la ciudad.
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Las sucesivas imágenes de bastiones y revellines nos dejaron sin palabras. Con razón la fortaleza era inconquistable.
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En uno de esos bastiones se encontraban lo que se conoce como “casamatas”. Galerías subterráneas con techos abovedados a prueba de bombas. La parte más segura de la fortaleza.
Un patio abierto dejaba entrar luz y aire a las distintas dependencias.
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Hoy en día sirven como museo de historia militar. Nuestro querido nativo, Paco, nos hizo una buena visita guiada de él.
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Armas, maquetas y fieles reconstrucciones nos ayudaban a trasladarnos a esas épocas de guerras de frontera.
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Tras la visita al museo subimos a “Plaza Alta”, la zona más alta de Almeida, con unas vistas impresionantes de los bastiones y revellines que dan lugar a esa forma estrellada tan característica de este tipo de fortalezas.
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El denominado “Revellín doble”, utilizado como hospital de sangre y lugar de atención a los heridos en primera instancia, se conserva notablemente bien.
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Cosa que no podemos decir de la parte más antigua de Almeida, su castillo medieval, del cual solo quedan el foso y los cimientos de sus torres circulares.
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Tras el paseo de ronda por la muralla, tocaba dirigir nuestra mirada hacia el interior de la fortaleza.
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Allí nos aguardaban nuevas sorpresas, como la denominada “Rueda de los Expósitos”, lugar donde se recogían a los niños abandonados.
También conocimos el “Cuartel de las Escuadras”, edificio de dos plantas donde se alojaban los soldados...
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...el Cuartel de Artillería, el Tribunal de Justicia, la iglesia de la Misericordia…
Almeida nos encantó por sus monumentos, pero sobre todo por la amabilidad y la hospitalidad de sus gentes. En medio de la visita, una autóctona al vernos nos regaló “porque sí” una cesta de fresas que saboreamos gustosamente entre todos los aventureros.
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Tocaba abandonar Portugal, pues otro destino nos reclamaba, pero no podíamos irnos sin realizar algún saqueo. Un pobre carro lleno de panes portugueses “sufrió” nuestro asalto. Lo dejamos temblando...
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El castillo de Ciudad Rodrigo nos esperaba, pero para llegar a él había que padecer una empinada cuesta. Parte de los aventureros subieron en varios taxis preparados para la ocasión. Otros vivieron la experiencia como los antiguos y tuvieron su recompensa. A mitad de camino les esperaba el druida Panoramix con su poción mágica (en forma de bombones) y ya en lo alto, un enorme verraco que nos señalaba que estábamos de nuevo en territorio vetón, nos daba la bienvenida.
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La comida de grupo de ese día la realizamos en el Castillo de Enrique II de Trastámara. Después de tantos esfuerzos imitando la vida de los soldados nos merecíamos un almuerzo señorial.
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Y vaya que si lo tuvimos. Menú por todo lo alto y en el Salón Imperial. ¡Un brindis por los aventureros!
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Tras el festín, tocaba bajar la comida, una buena idea para ello era visitar los cuidados jardines del castillo o subir a lo más alto de su torre del homenaje, donde se veían unas magnificas vistas de la ciudad, del puente sobre el río Águeda e incluso en el horizonte, de Portugal.
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Con la emoción ya metida de nuevo en el cuerpo, dejamos atrás el castillo para conocer qué nuevos tesoros podía esconder Ciudad Rodrigo.
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Estefanía, guía local, nos llevó de ruta por los palacios, las plazas y los patios más hermosos del lugar.
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Nos maravillamos ante su Plaza Mayor...
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...su Ayuntamiento
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...su Catedral
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El interior de la catedral escondía un espléndido claustro con columnas y capiteles historiados que hicieron las delicias del respetable. Su Pórtico de la Gloria, su Órgano o su Sillería del Coro tampoco se quedaban atrás.
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Pero no debemos olvidar nunca que nos encontramos en territorio de frontera y de recordárnoslo se encarga la fachada norte de la catedral, su espectacular torre de las campanas está repleta de señales y marcas de proyectiles que, como si fueran cicatrices, recuerdan tiempos convulsos pasados.
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Precisamente, esta Aventura por la Historia terminó en lo que se ha venido a llamar “la brecha”, el lugar por el que entraron los ejércitos invasores a la ciudad en plena Guerra de la Independencia.
Ojalá esas imágenes que nos mostraba Marcos continúen durante mucho tiempo siendo en blanco y negro, y sus recuerdos solo sirvan para organizar viajes culturales en los que estén superadas completamente las fronteras y las rivalidades.
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El viaje de vuelta en autobús estuvo amenizado con el “I Concurso Españavisión”, en la que votábamos por la mejor canción española de todos los tiempos (ni más ni menos). La ganadora fue “Libre” de Dino Bravo.
El destino nos tenía reservada una última sorpresa: Un precioso atardecer con la muralla románica de Ávila al fondo. Sin duda, el mejor final para esta Aventura Ruta de las Fortificaciones.
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Un millón de gracias para nuestros queridos aventureros que la hicieron posible.
¡Nos vemos en la siguiente!